Sobre "Poesía en forma de rosa" de Pasolini

Por Mariano Massone

Hay dos tipos de clásicos. El clásico universal, que se consagra en el canon y ese clásico más individual, que se consagra en la biblioteca de cada uno de nosotros. Este libro de poemas de Pasolini se me volvió un clásico rápidamente. Dos italianos marcaron mi primera juventud: Antonioni y Pier Paolo. A los dos los une el cine. ¿Cómo olvidarse de “Eclipse”? ¿Cómo olvidarse de “Apuntes para una Orestiada africana”? Pasolini, como Rimbaud, como Tsvietaeiva, son esos escritores que me persiguen. Yo no los busco, ellos me encuentran a mí. Cuando pensaba sobre qué libro escribir, Pier Paolo gritó desde su “Teorema”, desde su “Divina mimesis”. Si fuese italiano y si hubiese vivido en los 60´s Pasolini sería mi novio. Algo lo une también con Marcos. Él se fue a Italia unos años y sabe hablar muy bien el idioma vivo de los romanos. Cada vez que dice “siamo arrivati” me siento un poco que mi novio es Pier Paolo Pasolini.



Una desesperada Vitalidad- Pier Paolo Pasolini

I

(Primera redacción, en “cursus” del lenguaje “jergal”
corriente, del antecedente: Fiumicino, el viejo
castillo y una primera idea verdadera de muerte)

Como en una película de Godard: sólo
en un coche corriendo por las autopistas
del Neocapitalismo latino – de vuelta del aeropuerto-
(allí se ha quedado Moravia, puro entre sus maletas)
               sólo, “pilotando su Alfa Romeo”
                        en un sol, por celestial irreferible
                        en rimas no elegíacas
                      - el sol más bonito del año –
Como en una película de Godard:
                    bajo ese sol que se desangraba inmóvil
                    y único
          el canal del puerto de Fiumicino
          - una lancha de motor entrando inobservada
          - marineros napolitanos cubiertos de andrajos de lana
          - un accidente de tráfico, unos curiosos- pocos – alrededor…

- como en una película de Godard – redescubrimiento
del romanticismo en el seno
del cinismo neocapitalista, y crueldad –
al volante
por la carretera de Fiumicino,
y, de pronto, el castillo (qué dulce
misterio para el guionista francés,
en el turbado sol sin ocaso, secular,

este bestión papalino, almenado,
por encima de los setos y los liños
del desagradable campo de los campesinos ciervos)…

soy como un gato quemado vivo,
aplastado por las ruedas de un remolque,
ahorcado en una higuera por los chicos,

pero con seis vidas todavía,
por lo menos, de las siete,
como una culebra convertida en légamo de sangre,
una anguila mordisqueada

- bajo los ojos abatidos, las mejillas fosas,
los cabellos horriblemente ralos sobre el cráneo
los brazos escuálidos como los de un niño
- un gato que no muere, Belmondo
que “al volante de su Alfa Romeo”
 en la lógica del montaje narcisista
se separa del tiempo y en él se inserta
a Sí mismo.
En imágenes que nada tienen que ver
con el tedio de las horas alineadas…
con el lento brillar a muerte de la tarde…

La muerte no consiste
en no poder comunicar
sino en ser ya para siempre incomprendido.

Y este bestión papalino, no exento
de gracia – el recuerdo
de las rústicas concesiones patronales,
inocentes, en el fondo, como inocentes eran
las resignaciones de los siervos –
al sol que fue,
en los siglos,
en miles de mediodías,
aquí, huésped único.

Este bestión papalino, almenado
escondido entre álamos de marisma,
campos de sandías, tapias,

este bestión papalino blindado
por contrafuertes del dulce color naranja
de Roma, agrietados
como construcciones etruscas o romanas,

está para ser siempre incomprendido.

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