Allá era sábado

 
A Martine Toé, que me ilumina con su recuerdo

Tenían la piel oscura, tirando al negro o al amarillo, algunas eran muy altas, otras más bajas, las  más bajas eran las de la Polinesia, y llevaban el pelo negro trenzado hasta la cintura y conjuntos de tops y faldas de telas coloridas de flores.
Las más altas son de África, de las colonias francesas, había dicho mi mamá.
Las de África usaban pañuelos como turbantes en la cabeza y de la misma tela unas túnicas ceñidas al cuerpo, que insinuaban tremendas mujeres negras. Ahora esos trajes típicos se han tranquilizado y se han vuelto más monacales, siempre étnicos.
Luján se había engalanado con estas pobladoras exóticas, que en grupos caminaban a la iglesia para misa de siete o andaban en un auto familiar azul.
Había algunas que eran blancas, muy rubias, pero esas se vestían como una novicia típica, como las de acá. Grises y azules marinos con zapatos bajos, y eran señoras mayores, de más de 50 años.
L’eau Vive, se llamaba el restaurant.
Es una congregación de monjas francesas, tienen restaurantes en todo el mundo, había dicho mi mamá. Pero qué raro esto de que tengan restaurantes ¿no? Ellas dicen que hacen el apostolado de la mesa, pero viste lo que cobran? ¿Adónde va esa plata? Andan bastante  desnudas para ser monjas, decía la gente.
- Anoche fuimos a cenar a Aguas Vivas con las chicas - dijo mi tía Ángela - La gente va  a comer para mirarlas y darse corte, porque es caro ¿viste? nunca falta algún tipo desubicado que les dice algo…como Cacho Ventimiglia, que ya te conté, pobres mujeres, me las imagino llegadas de esas tribus medio salvajes
El olor de los productos de la peluquería era intenso y me hacía estornudar, mi tía también tenía un turbante, pero de plástico y chapa plateada, era el secador. Ella hablaba  a los gritos debajo de eso, yo nunca me pondría debajo de eso cuando fuera grande, te convertías en una monstrua, como mi tía.
-¿Viste que una de las negras tiene unas cicatrices en la cara como quemaduras?Gritó mi tía.
Yo miraba a mi muñeca negra, ella tenía la piel perfecta, sin cicatrices, y su vestido no era como el de esas negras, era un vestido de nena con volado rojo con lunares. Es una negra candombera, había dicho mi abuela. La peluquera me había puesto los frasquitos de vidrio chiquitos con sombrerito en una bolsa para que no se rompieran, yo los apretaba y hacían ruido.
-Ángela, esas cicatrices son marcas rituales que les hicieron en las tribus donde nacieron, dijo mi mamá.
-O sea que tenían otra religión antes, entendió mi tía
-Claro, seguro que eso se lo hacen como bautismo, o cuando se desarrollan, a mí me encanta la que tiene las marcas en la cara, viste que alta que es?  Es hermosa.
Mi mamá le hablaba como si le enseñara las cosas, como si fuera una nena mi tía, pero mi tía era más grande, y soltera.
-Bueno, hermosa como decir hermosa… lo que sí tiene unos pechos… grandes ¿viste? Pero no se le caen, bien dura, la negra.
-¿Y qué comieron?
-Pollo al champignon, riquísimo, un plato bien francés ¿viste? Porque ellas son francesas y si vas a un restaurant francés te sirven comida de allá.
Mi mamá le había dicho a papá que la tía iba siempre con las amigas a L’eau Vive y que él la había llevado sólo una vez y que la tía le decía Aguas Vivas, que no tenía nada que ver con el nombre, porque esa palabra quiere decir “El agua viva” y viene de la biblia porque Jesús dijo que él era el agua viva, y que a la gente de Luján se le ocurre decir Aguas Vivas y que muchos comen pollo al champignon porque no se animan a probar otros platos que son deliciosos   porque no saben comer.
Mi mamá estaba feliz, yo también. Era sábado y el sábado era un día feliz, todo lo que hiciéramos un sábado era feliz.
Mientras ellas hablaban yo disimuladamente miraba una revista Nocturno que me había prestado mamá, que tenía unas fotonovelas en blanco y negro donde había fotos de besos. Mi muñeca negra estaba acostada al lado, en otra silla.
De pronto aparecen en una página Romeo y Julieta caminando de la mano por una calle de piedra, pero él está vestido como de ahora y ella con un vestidito mini, el pelo lo tiene igual que en el balcón, suelto y largo.
Mamá tenía un álbum con fotos de la película Romeo Y Julieta. Julieta era hermosa, tenía los ojos verdes y el pelo bien lacio y brillante y largo. La abuela me prometió que me iba a hacer una peluca de pelo bien largo. Julieta tenía un vestido que le levantaba las tetas que se le salían bastante del vestido, Romeo usaba siempre calzas y se le notaban mucho las bolas, a mí me molestaba mirar esa parte, porque no le quedaba bien, mamá me había dicho que en la época medieval se usaban las calzas pero a mí me alivió verlo en esa foto con pantalones anchos y una chaqueta con una polera, era más varón.
El baño es una nube de vapor. Mi cabeza mojada se sacude con la toalla y las manos de mamá. La muñeca negra está al lado, el vestidito se le humedeció  un poco. No la baño conmigo porque se le arruinan las trenzas, es la muñeca más linda que tengo, la quiero porque es negra, aunque no tiene nombre. Es mi muñeca negra.
Llueve afuera del auto de la tía Ángela camino a la iglesia. Mamá dijo que después íbamos a comprar comida hecha. Y si después de comer miran una película de Función Privada la felicidad del sábado es completa.
Llegamos a misa de ocho en  la Iglesia grande. Hay pocas luces y la voz del cura suena con un eco. Hay un olor que me dijo la abuela que es de velas. Está Mariano. Están las negras también. Todas con vestidos largos y cantan muy serias, ellas cantan muy bien, porque son monjas
-¿Mamá. Me puedo ir a sentar al lado de las negras?
- Andá.
Pero Mariano viene corriendo y me dice que vayamos a jugar a la casita.
-No vayan a hacer ruido.
La casita es un confesionario muy chiquito, que dice mamá que le resulta incómodo a los curas y por eso no lo usan.
Entramos y yo siento a la muñeca negra al lado mío.
Cerramos la puerta y miramos para afuera a través de los agujeritos.
Más allá, la gente hace cola para tomar la comunión.
Las negras están todas juntas y yo salgo de la casita y me voy corriendo a parar al lado para verlas de cerca cuando comulgan. La negra que está al lado mío tiene el vestido dorado, como el de una virgen que está por allá atrás y que lllora.
El cura estira el brazo y le da una comunión hermosa, blanca y redonda a la negra. Ella abre bien grande la boca y estira la lengua y la cierra. Debe ser rica la comunión.
Vuelvo caminando despacito a su lado y me arrodillo con ella en los bancos.
Cuando se para yo me paro también, me mira y se ríe y me acaricia el pelo. Me acerca al costado de su pierna  y deja la mano en mi hombro.
Mariano está al lado mío. Le digo al oído
-¿Y la muñeca?
No la tiene.
Voy corriendo a la casita.
No está.
El cuerpo se me dobla de dolor. Voy a buscar a mamá.
Me abraza.
La robaron. Hay tanta gente que entra a esta iglesia. Gente que no es de acá. ¿Por qué la dejaste sola? ¿Ahora qué hago? Llorar.
La cama está fría.
Vete a tu lecho frío y caliéntate dice mi papá. Siempre dice eso. La cara me arde de llorar. Sol parada en su cuna me mira. Está seria porque no juego con ella. Ahora está sentada, habla sola y juega con sus chiches. Mamá se sienta en la cama y me canta una canción de Romeo y Julieta. Me voy aflojando. Miro el fuego de la estufa. Hace un ruidito lindo. De a poco va apareciendo el vestido rojo de Julieta que baila palma con palma con Romeo y después una negra que me abraza y me lleva al baile con ellos.


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