Identidad




Es una lucha incesante
la que mantiene el periurbano
contra el tiempo
por sostener su identidad amenazada
en permanente cambio
y movimiento
a punto siempre
de alterar su forma
y transformarse en algo nuevo:
un circuito de golf para iniciados
una agencia de autos alemanes
otro barrio cerrado  
un vertedero
expresiones sustanciales
de un mercado vigoroso
en franco ascenso
que remata los campos
por porciones
con carteles de colores
que aseguran:
“gran oportunidad”
“excelente suelo”.

Es una lucha incesante
la que mantiene el periurbano
contra el dueño
de su destino de tierra a la deriva
siempre dócil
para el molde los sueños
de los iluminados
los especuladores
y los inversionistas
que aguardan a que el pueblo
se retire
extiendan unos metros
la autopista
y cuando llegue la hora
anuncien el banquete del progreso
mordiendo la pradera
con sus excavadoras.

Es una lucha incesante
la que mantiene el periurbano
contra aquellos
que ganaron la batalla
sin desmedro
del pellejo
y proyectan satisfechos
paraísos asequibles 
para un futuro sin techo
refugios indiscutibles
del sujeto 
hecho y derecho
y prometen
siempre prometen:
el campo
las plantas
las vaquitas
la vida sencilla
del hombre de pueblo.

En la ruta




Era un tipo encorvado
flaquísimo
y rengueaba de la pierna izquierda.
Tenía un puesto de bondiola
en la ruta 5
a la altura de Suipacha.

“¿Qué le sirvo, jefe?”

Paramos dos o tres veces
yendo de pasada a Chivilcoy
a buscar engranajes para revender
en Warnes.  

“En las buenas hay que ser prudente
y no cebarse demás
porque si te confiás
volás muy alto, ¿no?
demasiado alto volás
y cuando te sueltan la mano
-siempre algún hijo de puta te va a soltar la mano,
sabés-
te estrolás”.

El carro estaba debajo de unos eucaliptos
pero alguien los había podado
y el sol pegaba directo
sobre las chapas.

“Algo te rompés seguro
ni hablar
y a veces se puede
y otras no se puede arreglar
aunque después todos se compadezcan
cuando te vean llorar”.

Cortó un pedazo de carne
y lo empujó dentro del pan.
Después soltó una puteada por lo bajo
y regresó al mostrador arrastrando la pierna
agitado.

“Son treinta pesos,
gaucho;
ahí tenés criolla y chimichurri
si querés”.

Alergia




Otra vez con alergia.
Ayer fue un día raro:
que el sol
que el viento
que a la noche refresca
que la humedad.
Sobretodo eso:
la viscosidad.
Todo saturado
todo pegajoso.
todo residual.
Uno transpira enseguida
y claro
lo que se moja
tarde o temprano
tiende a secar.
Sobretodo si hay viento.
Viento fresco.
Viento escurridizo.
Viento primaveral.
Está limpiando
dice un vecino que pasa caminando en mangas de camisa
fuerte como un nogal.
Va a ser un día hermoso mañana
Mauro
vas a ver como limpia
repite y se va.
Pero a mi la humedad se me queda
se me mete adentro
parece que me quiere devorar.
Le pongo la queja a mi mujer.
Y bueno 
me dice
que le vas a hacer
así es este lugar:
un charco;
¿no es lo que todos dicen?
¿qué acá cuesta respirar?
Entonces busco el inhalador
agarro la pala
y vuelvo a inclinarme sobre la tierra:
hija de puta
no me vas a ganar.


Los médicos dicen que la alergia viene de otra parte:
cosas que no se dicen
cosas que no se hacen
cosas que se quedan como encerradas
sin expresar.
Yo no sé bien que pensar:
si es que no digo las cosas
no cuento lo que me pasa
o estoy acá cuando quiero estar allá.
Yo agarro la pala y le meto.
Y cavo
y cavo
y le meto un poco más.
Y de tanto cavar me transpiro.
Más con esta humedad.
Y después el sudor se me seca en la piel
y me corre una especie de escalofrío
como cuando miro el cielo
y me doy cuenta
que no hay final.


Otra vez con alergia.
Mejor dejo la pala
y me siento un rato a respirar.
Descansá un poco
me dice mi mujer.
Pará un poco que te va a hacer mal.
Y yo le hago caso.
Si ella me lo dice, por algo será.

Eramos nosotros



Se lo conté esta tardecita, mientras tomábamos un café con chocolate. “¿Sabés? Estas tacitas son muy especiales para mí”. Tomé un sorbo del café recién preparado mientras oía cómo llovía afuera. “¿Por qué?” Me preguntó sonriendo mientras podía ver en su gesto la satisfacción de beber algo calentito en un día como hoy. “Porque solamente hay dos y siempre las usamos cuando estamos solos, además sus colores se complementan, ¿Ves?”. Le señalé los colores blanco y verde de las tazas y cómo estos se alternaban en su fondo y los lunares. Me sentía muy feliz de haberle confiado ese secreto porque hacía mucho tiempo que sentía este cariño por ellas. Eran mi pequeño tesoro, y por eso las cuidaba porque para mí significaban mucho más que dos tazas. Éramos nosotros.