Esperando al Precursor de las Aguas



Estoy embarazada. De ocho meses, más o menos. Quizás como éste es mi segundo embarazo, ha sido bastante más estable que el primero. Ahora, ¿qué significa eso de la estabilidad? Que nunca dudé de que éste  fuera el momento perfecto para estar embarazada, nunca dudé de mi compañero, ni de lo hermoso que será darle a mi hijita un hermano y nunca dudé de que nuevamente pariría. Para alguien que vive a través de las dudas y contradicciones, tanta estabilidad en algún aspecto, se sostiene con sombras en otros lugares. Entonces aparece nuevamente el miedo a no poder escribir, una especie de  temor a que las palabras vuelvan a ser tan sólo ese lugar de oralidad y monólogo con los otros. El fantasma  de nunca más tener una idea, o lo que es peor, tener muchas ideas que vayan pasando por mi cabeza, que imagine cómo escribo, cómo encaro un relato, cuál será la voz narrativa, los tiempos, el tono. Que aparezcan los coloquiales diálogos en mi cabeza y ya no pueda sentarme a escribir. Y aunque estas mismas líneas son tal vez el signo por excelencia  de que es difícil que así ocurra realmente- porque hace ya más de un mes que no escribo y aunque he dado vueltas, lo estoy haciendo nuevamente- , no puedo dejar de llorar. Estoy llorando por la posibilidad de vivir una vida sin relatos, por la posibilidad de que las responsabilidades de la vida adulta plena me impidan escribir (llamo vida adulta plena a aquella en la que los adultos nos hacemos cargo de nuestras vidas y de la vida de nuestra descendencia, sean hijos propios o ajenos. Porque la idea de propiedad o su reverso la ajenidad, no debería existir para la infancia).

Entonces pienso en la relatividad de los temores y de cómo puede ser que esté más preocupada por eso, que por cómo he de parir, por ejemplo. Muchas mujeres a esta altura tendrían un bolso preparado por si hay que salir corriendo a la clínica con las primeras contracciones, tendrían por lo menos comprado un camisón presentable para cuando te visiten los parientes y quizás hasta la cuna armada. Y no es que  no piense en esas cosas, todo lo contrario.  Me las imagino tan claramente, que sé que llegado el momento  sólo habrá que actuarlas.

Pero la literatura no funciona como la vida y eso es quizás lo que hoy me preocupa. Al estar tan conectada con los actos cotidianos, con los qué-haceres, con la pura animalidad de la inminencia fisiológica de un parto, con amamantar para alimentar, puede que desaparezca ese metamundo que siempre me ha acompañado. Esa especie de nube de relatos que conviven con mi animalidad. Y lo que es peor, que quizás persistan, pero que no encuentre el momento, el espacio o las fuerzas para sentarme a escribir. Y cualquiera que lea esto, pensará que estoy hablando de la escritura casi como si fuera un acto heroico. Y así lo creo.

¿Tendré, luego de finalizar estas líneas, el coraje de sentarme nuevamente a escribir? ¿Seré capaz de contar una historia, que empiece en algún lado y termine en otro distinto y que además quizás tenga la virtud de portar alguna minúscula novedad en un universo donde casi todo ya ha sido nombrado alguna vez?

De todas maneras no tengo opciones. Necesito desconectar de a poco mi neocórtex, dejar toda esta racionalidad occidental que me gobierna los más de los días y que aparece aún en momentos en los que creo ser pura sensibilidad y cuerpo.

Porque el único momento en el que he sido verdaderamente puro cuerpo, ha sido en mi parto. Y así será nuevamente, aunque no esté de moda parir.

Y cuando hablo de parir pienso en eso de dejarse llevar por un tiempo que no es el tiempo de la vida productiva, los tiempos del capital y el trabajo, no es el tiempo ni siquiera de los relatos. El tiempo de parir es un tiempo desconocido, una nunca sabe cuándo ocurrirá ni cuánto durará. Si será de día o de noche, si hará frío o calor. Si nos sorprenderá cocinando, mandando un mail, haciendo el amor o bañándonos. No sabemos si serán unas pocas contracciones o largas horas de espera, y aunque esto último sucediera, tampoco nos daríamos cuenta. Porque cuando una pare, pierde la dimensión del tiempo. Parir es entregarse a eso que lxs que nunca han parido, llaman dolor. Porque para mí, ese caudal de sensaciones, ese cuerpo que se abre, esos dos animales que pujan por abrirse camino, todo eso, no puede ser nombrado de la misma manera que un dolor de muelas, un calambre o un dolor de cabeza. Debería existir otra palabra para nombrar la intensidad de un parto. 

Para alguien que vive su vida pensando relatos y luego materializándolos en escritos, es muy difícil dejarse llevar por lo puramente corporal. Además mi naturaleza occidental, en la que todo se planifica o se compra, siempre intenta intervenir en esto. Aunque sea en los sueños.

Y aquí estoy en esta pulseada, que por suerte ha de ganar mi cuerpo, estoy segura. Preparándome para parir y por un tiempo, no sé cuánto, dejar a la literatura que siga su rumbo de ficciones organizadas. Y de a poco desorganizarme, partirme, pasearme desnuda jadeando en posiciones extrañas, pujando para que mi hijo se asome al mundo. Como el precursor de las aguas.   


Flor de Cardo. Septiembre de 2013

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