Acercó el banquito al placard, se subió, abrió de un tirón
la puerta de la baulera y estiró la mano. No alcanzaba a tocar nada. Estiró los
pies hasta pararse en las puntas, volvió a tantear y encontró el paquete. Tiró del hilo sisal que ataba el papel de
diario y de a poquito el hallazgo vino hacia él.
Lo bajó, lo puso sobre la cama y empezó a desarmarlo. Un
papel, después otro y otro. Ahí estaban las bolsas de nylon. La más grande guardaba la chaqueta azul con
las charreteras doradas, las falsas medallas y los botones marineros. A pesar
de las marcas de los dobleces estaba impecable. Las bolitas de naftalina, ahora destruídas, habías hecho bien su trabajo: ni un agujero en la sarga. La acomodó poniendo el cuello en la almohada,
estiró los flecos rojos de las charreteras, superpuso una pechera sobre otra, prendió los botones y los lustró.
En otra de las bolsas había una calza blanca un poco
gastada en las rodillas pero nada amarillenta. Igual no sabía si ahora le
convendría usar calzas. ¿Un pantalón del mismo azul de la chaqueta se conseguirá?
Envueltas en papel de diario estaban las botas, se veían
bastante enteras. Las espuelas estaban un poco manchadas, fue a buscar el
limpia metales y con un algodón las repasó delicadamente hasta hacerlas brillar.
Pomada, eso si le faltaba al cuero, y
mucha. Pero no tenía. Siempre se olvidaba de comprar.
En la bolsa más chiquita encontró barbas, bigotes y patillas,
todas de pelo natural. Desenrolló las barbas, una pelirroja, otra rubio oscura
y las acomodó sobre una toalla. Quiso peinarlas pero el exceso de spray las
había dejado muy duras. Había que lavarlas. Fue hasta la cocina, buscó un cuenco ancho y no
demasiado profundo, lo llenó con agua tibia y jabón blanco, lo apoyó sobre la
mesada y puso las barbas en remojo. Las hundió en el agua jabonosa casi
acariciándolas con los dedos arrugados. ¿Cuál usaría esta vez? La pelirroja siempre
le había dado un toque sarcástico. Impresionaba más.
Sacudió las manos y las refregó contra el pantalón. Sacó el
vino de la alacena, se sirvió una copa y volvió al cuarto. Sabia que en el sobre de
cuerina gris que guardaba en la
biblioteca estaban las hojas. Lo tomó, puso la copa en la cómoda, se sentó en el sillón
que estaba bajo la lámpara,abrió el sobre, sacó los papeles y cruzó las piernas. Apoyó en ellas el libreto.
Suspiró feliz y le dio una mirada al desempolvado vestuario desplegado sobre la cama. Ahora si, podía volver a estudiar su parlamento.
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