Era
un tipo encorvado
flaquísimo
y
rengueaba de la pierna izquierda.
Tenía
un puesto de bondiola
en
la ruta 5
a
la altura de Suipacha.
“¿Qué
le sirvo, jefe?”
Paramos
dos o tres veces
yendo
de pasada a Chivilcoy
a
buscar engranajes para revender
en
Warnes.
“En
las buenas hay que ser prudente
y
no cebarse demás
porque
si te confiás
volás
muy alto, ¿no?
demasiado
alto volás
y
cuando te sueltan la mano
-siempre
algún hijo de puta te va a soltar la mano,
sabés-
te
estrolás”.
El
carro estaba debajo de unos eucaliptos
pero
alguien los había podado
y
el sol pegaba directo
sobre
las chapas.
“Algo
te rompés seguro
ni
hablar
y
a veces se puede
y
otras no se puede arreglar
aunque
después todos se compadezcan
cuando
te vean llorar”.
Cortó
un pedazo de carne
y
lo empujó dentro del pan.
Después
soltó una puteada por lo bajo
y
regresó al mostrador arrastrando la pierna
agitado.
“Son
treinta pesos,
gaucho;
ahí
tenés criolla y chimichurri
si
querés”.
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