La última noche de octubre, a vísperas de mi vigésimo
séptimo cumpleaños, me duchaba con el sonido de los grillos que provenían de la
ventana del jardín. El agua caliente en estos casos, funcionaba como una caricia
constante que descendía sobre mi cuerpo y llegaba incluso a reconfortarme el
alma. Lo necesitaba. Había pensado mucho sobre cómo mi vida había cambiado en
este último año, en las cosas que me había propuesto con los brindis de enero y
lo que aún me faltaba por hacer. “El año
que viene va a ser un año interesante” pensé, mientras sonreía y acariciaba
mi cuerpo con el jabón. Su perfume me daba esperanzas.
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